Los ingleses revirtieron la desventaja de tres goles de la ida y golearon 4-0 a los de Valverde, que no pudieron contra sus viejos fantasmas.
Para cosas como la que sucedieron en Liverpool está el fútbol. Para desterrar a los sabelotodo. Para tirar al tacho de basura los libretos y hacer de este deporte el más mágico de todos. SÃ, lo imposible fue posible. Los que festejan con los hinchas en el emocionante ritual del You Will Never Walk Alone son los jugadores ingleses. Porque por un dÃa los 4 de Liverpool no son los Beatles, son los dobletes de Divock Origi y de Georginio Wijnaldum. Y el maestro de ceremonia es Jürgen Klopp que rÃe en el entretiempo cuando la serie todavÃa luce muy cuesta arriba. Y explota en el final cuando el 4-0 se escribe en la historia.
Lo pasaron por arriba al Barsa. El festejo de unos es tan grande como la desazón de los otros. Queda claro una vez más: en el fútbol no hay que dar nada por hecho ni a nadie por perdido. Liverpool, un gigante que sabe de hazañas, escribió otra de esas páginas que distinguen a este deporte como a ninguno.
A los 9 minutos del segundo tiempo, Wijnaldum aprovechó una asistencia de Tren Alexander-Arnold y marcó el segundo tanto.
Wijnaldum volvió a aparecer en el minuto 56 con un cabezazo tras pase de Shaqiri.
Y el 4-0 definitivo lo firmó Origi, quien anotó luego de un descuido garrafal de la defensa del Barcelona, que se distrajo durante un tiro de esquina.
Macará comenzó a tener posesión de balón, de ahà que a los 14 minutos Ronald Champang tuvo para abrir el marcador, aunque en una maraña de piernas no pudo definir.
La falta de ritmo de juego le pasó factura al defensa cetáceo Luzárraga quien no pudo frenar al minuto 30 a Michael Estrada quien remató pero si disparo quedó entre los pies del meta Ortiz.
En el final del primer tiempo una jugada individual del volante Robert Burbano le permitió abrir el marcador con un potente remate que se coló junto al poste derecho de Carlos Espinoza, arquero de Macará.
Con ese gol se apagaron las ideas del elenco manabita, con un juego repetitivo y de poco cambio de ritmo que lo sumó al juego de retención y lentitud que impuso Macará.